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Apuntes para las democracias. Por Pablo Ramos

Vivimos en un fracaso utópico, en una cadena donde cada eslabón es una desilusión social y política, un nuevo batacazo. El liberalismo atrajo a las capas populares con gritos de revolución, igualdad, libertad, fraternidad, patria, justicia… Y dio al traste con los espadones de los generales más ambiciosos. El momento en el que el obrero hambriento es asesinado por los cañones de la patria, el anarquismo baja de su torre de marfil y se une a los desheredados de la Tierra para conquistar el pan. El momento en el que la libertad se convierte en la libertad de matar de hambre a los asalariados los marxistas empiezan a organizarse para tomar el Estado burgués. Para algunos será discutible, pero la mayor parte de la población tampoco se ha cumplido -al menos por ahora- la promesa del Reino de la Libertad marxista, ni el Falansterio fourierista, ni la muerte de Dios y el Estado bakuninista. Y se podría seguir. La promesa de un mundo futuro, mesiánico, por llegar, acaba desmovilizando a las masas. Trotski se dio cuenta de ello y lo relata en su Historia de la Revolución Rusa, la movilización social crece y crece, pero los esfuerzos, las fuerzas, la moral del ejército obrero termina decayendo. Y luego viene el batacazo.

Con la democracia ocurre otro tanto lo mismo. Para poder vender bien el nuevo sistema, se envolvió a las democracias occidentales en un halo de infalibilidad, inevitabilidad, pero, sobre todo, de ilusión. ¿Y qué pasa con la ilusión? Que es fácil desprenderse de ella. En el caso de la democracia, además, encontramos una característica que hace que las confianzas en ella depositadas sean extremadamente volátiles. Se trata de un concepto tan esquivo y flexible que no es complicado encapsularlo en cualquier cajita de oro. Desde el liberalismo se reclama un solo tipo de democracia, evidentemente, la democracia liberal. Para ser aceptada, la democracia liberal debía, además, presentarse como una madre-de-todos, donde cupieran todos aquellos que estuvieran dispuestos a comerse un pedazo del pastel, ¿y quién no quiere pastel? Sin embargo, la democracia trasciende esas fronteras tan burdamente trazadas, incluso cuando los liberales se reivindican herederos de la “democracia griega”, una absurdez sublime que ignora todos los cambios sociales, económicos o culturales que distancian un sistema de otro. ¿Existe una democracia? ¿Varias? Es sencillo advertir que si todo es democracia, nada lo es, por eso quiero aportar dos conceptos que, sin duda alguna, nos servirán para probar la dirección hacia la que se encuentra encaminada un sistema político.

Por un lado hablamos de la PARTICIPACIÓN. Es fácil distinguir una democracia por su carácter participativo. En este caso nos referimos a la participación como la capacidad real para influir en las decisiones políticas. Existe cierto corporativismo, cierta idea tecnocrática, que convierte a los técnicos, administradores, etc. en los aparentes dueños de la política. Aparte, encontramos cierta tendencia a justificar todo proyecto con que “cumple los requisitos técnicos”. Si esta es la idea, ya podemos ir dejando la democracia a un lado. El pueblo no debería, tan siquiera, votar, le bastaría con obedecer ciegamente los criterios técnicos impuestos desde arriba. Pero sabemos que esto no suele funcionar, poseer el dicho criterio se convierte en la nueva forma de dominación política y la burocracia se esclerotiza hasta que se le parten las rodillas. Es entonces cuando el Estado cae, y vuelta a empezar. Por otro lado, es también cierto que no toda la ciudadanía tiene el tiempo o las ganas de formarse en ciertos ámbitos, por lo que la existencia de los dichos técnicos está más que justificados, pero siempre que su acción se deje dirigir por las demandas populares. Esto es, el pueblo demanda, y el técnico estudia, pero de ninguna manera el técnico impone y el pueblo calla.

Por otro lado, debemos escuchar a Marx -a Marx, que no a muchos de sus supuestos valedores-. La democracia siempre estará dirigida por y para alguna clase social. Una democracia popular debe buscar el modo de aumentar el tiempo libre de las masas, de facilitar su formación y participación en las tomas de decisión colectiva, en la política. Los derechos entregados en paños menores no son, de ninguna manera, derechos. El derecho solo lo es en cuanto se puede ejercer realmente, una camarera de piso que trabaja en condiciones infrahumanas, que además cuando llega a casa se encuentra con la imposición de las tareas domésticas, no tiene fuerzas ni tiempo para formarse en la toma de decisiones colectiva. Podemos decir que aunque tiene el derecho, no puede ejercerlo, y que, desde un punto de vista práctico, quien no puede ejercer un derecho no lo tiene realmente. El tiempo libre, el descanso, las condiciones de vida de las clases sociales menos favorecidas, están directamente ligadas a la calidad democrática.

A esto tenemos que añadir que esa participación debe de ser real. Es decir, las decisiones tomadas no son simples consultas, como consulta un dictador a su séquito más cercano o un presidente a su lobby más insistente. Las decisiones tomadas sobre determinado aspecto son órdenes, y solo pueden modificarse o anularse si son técnicamente inviables o indeseables socialmente. Pongamos por ejemplo la construcción de un puente en determinado paso para sortear la autopista. Si se hace una consulta y la asamblea ciudadana decide construir un puente, no se puede alegar que por orden de tal o cual funcionario o político lo que se va a hacer es una fuente. Si el técnico examina la propuesta y advierte que la zona escogida es fangosa y el puente se hundirá, podrá proponer a la asamblea que busque otro lugar. Y si el puente se construye sobre la casa de algún vecino -por ejemplo, un vecino ruidoso de estos a los que tan fácilmente se les coge tirria- también podrá desecharse el proyecto. El punto clave de todo esto es, en fin, que la ciudadanía vea cumplidas sus demandas inmediatas, y no solo aquello que se exige durante el período electoral.

Por otro lado, hablamos de la INFORMACIÓN. Sin información no hay democracia, ya hemos visto en relación a la participación la importancia de que la ciudadanía esté informada y formada, pero ahora vemos la importancia per se de este concepto. A la hora de tomar decisiones políticas, más allá del mero criterio técnico, es necesario que la ciudadanía conozca todas las variables posibles. Pongamos un ejemplo. Para cruzar un charco, una comunidad se ve abocada a cruzar por zonas peligrosas, de modo que deciden ponerse en contacto con las autoridades municipales y proponer alguna alternativa. El alcalde es amiguete de un tal Pepito, que tiene una empresa de desecación y drenado y al que le vendría muy bien cierto favor, ahora que la empresa se va a pique. Como no hay periódicos en el pueblo, ni radio, ni otra cosa que no sean las palabras del alcalde, este explica que para cruzar el charco se tiene que desecar el lugar. El resultado es la destrucción del ambiente, el perjuicio sobre las actividades que aprovechaban la laguna en cuestión, etc. De existir la libre corriente de opiniones, se podrían haber propuesto otras acciones, también técnicamente eficientes, pero diferentes y positivas para los trabajadores de las cercanías, como el alquiler de las barcas, la construcción de un puente, etc.

Pero la existencia de periódicos, canales de televisión o panfletos no implican necesariamente la capacidad de informarse. Aquí, como decíamos antes, buscamos la capacidad real de informarse. Cuando los medios están en pocas manos pueden ofrecer la falsa impresión de diversidad, engañando más o menos conscientemente a la ciudadanía para manipularla en el sentido que se quiera. En el caso del Estado español, vemos como en 2015 el 58% del mercado español de los media estaba en manos de tan solo tres compañías, por lo que las alternativas informativas son, simplemente, una ilusión engañosa. Podríamos pensar en internet, una alternativa informativa que parece más libre, pero realmente también encontramos serias limitaciones en esta fuente de información, y los comentarios que podamos leer, directamente, en redes sociales, también están limitados por la inexistencia de esas otras alternativas informativas.

Se podría continuar, se podría hablar largo y tendido, discutir sobre la variabilidad de la democracia, sobre conceptos como el del imperio de la Ley o el de legitimidad, pero en aras de la ligereza de lectura creo que con estos dos conceptos quedan más que zanjados los anchos pies de la democracia, del gobierno del pueblo, del gobierno popular.

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